Por Ed. Dr: Claudia Viveros Lorenzo
La historia no perdona fácilmente la incongruencia, y mucho menos cuando
proviene de quienes han elegido el altavoz de la política para ejercer una
autoridad moral. Tal es el caso de Beatriz Gutiérrez Müller, escritora,
académica y esposa del presidente saliente de México, quien recientemente se
dice en redes sociales que solicitó la nacionalidad española. La noticia no
tendría mayor trascendencia si no se tratara de la misma persona que, durante
años, ha sostenido un discurso enérgico contra la colonización española y ha
exigido, con ahínco, disculpas por los agravios del pasado.
¿Cómo se reconcilia el acto de pedir ciudadanía a la misma nación a la
que se acusa de genocidio, opresión y despojo cultural? ¿Es posible separar la
historia del presente cuando ha sido precisamente ella quien ha insistido en
juzgar el presente con los ojos del pasado?
La narrativa anticolonial que Gutiérrez Müller ha defendido, en
consonancia con el presidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido una de las
banderas más visibles de su gestión cultural y simbólica. El reclamo a la
monarquía española, exigiendo disculpas por la Conquista, abrió una polémica
innecesaria en un momento en que México y España podrían estar consolidando
lazos de cooperación y respeto mutuo. Ahora, esa misma narrativa se desmorona
con un gesto que, en apariencia, es personal, pero en el fondo es profundamente
político.
No se trata de cuestionar el derecho de cualquier individuo a explorar su
linaje, obtener otra nacionalidad o migrar. Se trata de la responsabilidad
ética de sostener lo que se predica, especialmente cuando lo predicado ha sido
incendiario. El símbolo de la esposa del presidente de México solicitando una
ciudadanía europea —y no cualquier ciudadanía, sino la de la otrora potencia
colonizadora— no puede desligarse del contexto de sus propios dichos. El
discurso pierde fuerza cuando quien lo pronuncia muestra que, en la práctica,
las fronteras ideológicas son más flexibles que las que nos quieren hacer
creer.
Este episodio deja al descubierto una constante en muchos liderazgos
actuales: el uso político de la historia para movilizar emociones, dividir
audiencias y alimentar el resentimiento, sin que ello necesariamente se refleje
en convicciones personales profundas. Es fácil pedirle a otros que rompan con
el pasado, mientras se busca acomodo en los privilegios que ese mismo pasado
construyó.
Beatriz Gutiérrez Müller ha tenido méritos académicos y culturales que no
deben borrarse, pero tampoco puede escapar al juicio de la coherencia. En la
política —y en la historia— los gestos pesan tanto como las palabras. Y este
gesto, sin duda, contradice muchas de las palabras que ella misma sembró.
Cuando la noticia de que Beatriz Gutiérrez Müller solicitó la
nacionalidad española comenzó a circular, muchos esperaban una declaración del
ex presidente Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, fiel a su estilo, el
silencio ha sido su mejor escudo. Un silencio que dice mucho más que cualquier
conferencia matutina.
El ex presidente, quien hizo del discurso anticolonial uno de los pilares
simbólicos de su administración, difícilmente encontrará una justificación que
no resulte incómoda. ¿Cómo explicar que su esposa busque ampararse en los
beneficios de una ciudadanía europea —precisamente de la antigua metrópoli que
él ha acusado de no haber pedido perdón por la Conquista— sin que su propio
relato se derrumbe?
Si llegara a pronunciarse, es probable que utilice alguno de sus recursos
retóricos favoritos: culpar a la prensa “conservadora”, minimizar el hecho como
un “asunto personal” o recurrir a su frase más socorrida: “yo tengo otros
datos”. Pero lo cierto es que no hay forma sencilla de explicar esta
contradicción sin perder coherencia.
Beatriz no es una figura menor. Es su esposa, su compañera ideológica y
una mujer que ha ocupado espacios simbólicos de poder, aunque insista en no
asumirse como primera dama. Ha hablado en nombre del país en foros internacionales,
ha representado a México en misiones culturales en Europa, y ha respaldado, sin
titubeos, los mensajes del presidente sobre el pasado colonial. Su figura está,
inevitablemente, entrelazada con el proyecto político de López Obrador. Por
eso, su solicitud de nacionalidad española no puede leerse como una simple
decisión familiar o privada.
¿Se atreverá AMLO a criticarla? Improbable. ¿La defenderá con vehemencia?
Poco conveniente. ¿La ignorará por completo? Seguramente. En su lógica
discursiva, admitir esta contradicción sería abrir una grieta en la narrativa
del “proyecto moral” de la Cuarta Transformación. Y en los relatos mesiánicos,
las contradicciones no se reconocen: se silencian. La presidenta Claudia
Sheimbaum declaró en la mañanera que Beatriz está en su derecho de hacer esta
solicitud. Y por supuesto que lo está, como cualquier ciudadano que cumpla con
los requisitos, pero ese no es el punto. El punto es, que Beatriz, desborda
cinismo. Ya la prensa española comienza a hacer observaciones al respecto.
Beatriz, nos das vergüenza.
Este episodio no es solo una anécdota incómoda. Es una prueba de que,
incluso los más fervientes defensores de una ideología, se doblegan ante los
beneficios personales. También nos recuerda que el poder es, muchas veces, más
hábil para exigir sacrificios que para vivirlos.
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