Raúl
Sotelo Lévano
La huelga de hambre siempre se utilizó y
la seguirán explotando en los reclamos sindicales, y aunque en la mayoría de
las veces solo fue un simulacro, no deja de ser una medida extrema ante las
injusticias cometidas en el campo laboral por los poderosos de turno.
Los huelguistas
recibían en las noches su buena ración de alimentos que les permitían
“resistir” varios días y cuando los periodistas los entrevistaban, hacían su
mejor esfuerzo para parecerse a unos moribundos a punto de perder el conocimiento.
Unos verdaderos actores de novela.
El ciudadano Franco
Salcedo Del Río, fue sorprendido por su novia Marie cuando cortejaba
amorosamente a otra dama, y como es de suponer el lazo sentimental entre ambos
se rompió ásperamente. Franco reconoció su falta e intentó la reconciliación
con su prometida, pero vano fue su propósito, porque Marie no lo perdonó.
Desesperado, empleó
todos los métodos a su alcance para reconquistar a su novia, como serenatas,
regalos, cartas, flores, pero ella dura como una roca, no cedió ni un
milímetro.
Agotados todos los recursos,
el atribulado joven, al borde del colapso, se jugó su última carta: declararse en huelga de hambre.
Se dirigió a la plaza
principal de la ciudad, tomó ubicación en una banca a esperar como todo un
héroe el desenlace final. O moría por inanición en su último grado, o ella caía
a sus pies rendida de amor. El letrero en sus manos lo decía todo (la cara de
ese sujeto me parece conocida).
Al culminar ya el
tercer día que Franco no probaba ningún alimento, la opinión pública se
interesó en el caso que ya adquiría visos de dramatismo, y un canal de
televisión llevó a todos los hogares del lugar, la imagen de un hombre abatido
por la desesperanza y el hambre. La multitud a su alrededor no podía hacer
nada.
Marie, impresionada por
la escena difundida públicamente y porque no esperaba tal actitud del hombre
que amaba, llegó hasta el lugar y confundiéndose con Franco en un enternecedor
y prolongado abrazo, lo perdonó ante el aplauso del público conmovido.
Por eso amigo cuando
cometa un desliz fuera de su campo de juego, y su esposa, suegros y cuñados
luego de un sumarísimo consejo de familia, le sacan la tarjeta roja, agarre sus
pertenencias, su ubica en una banca de la plaza de armas y exhiba un letrero
que se lea:
“EN HUELGA DE HAMBRE HASTA LAS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS”.
De seguro nadie acudirá en su ayuda y terminará
durmiendo en un frío calabozo policial.
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