Llevando a su rebaño fuera de Aljustrel en la mañana del 13 de mayo, la
fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, los tres niños pasaron
Fátima, donde se encontraban la parroquia y el cementerio, y
prosiguieron más o menos un kilómetro hacia el norte a las pendientes de Cova.
Aquí dejaron que sus ovejas pastorearan mientras ellos jugaban en la pradera
que tenía algún que otro árbol de roble.
Después de haber saboreado
su almuerzo alrededor del mediodía decidieron rezar el rosario, aunque de una
manera un poco truncada, diciendo sólo las primeras palabras de cada oración.
Al instante, ellos sufrieron un sobresalto,
que después describieron como un “rayo en medio de un cielo azul”. Pensando
que una tormenta se acercaba se debatían si debían recoger las ovejas e irse a
casa. Preparándose para hacerlo fueron nuevamente sorprendidos por una luz extraña.
Comenzamos a ir cuesta abajo
llevando a las ovejas hacia el camino. Cuando estábamos en la mitad de la
cuesta, cerca de un árbol de roble (el gran árbol que hoy en día está rodeado
de una reja de hierro), vimos otro rayo, y después de dar unos cuantos pasos
más vimos en un árbol de roble (uno más pequeño más abajo en la colina) a una
señora vestida de blanco, que brillaba más fuerte que el sol, irradiando unos
rayos de luz clara e intensa, como una copa de cristal llena de pura agua
cuando el sol radiante pasa por ella. Nos detuvimos asombrados por la aparición.
Estábamos tan cerca que quedamos en la luz que la rodeaba, o que ella irradiaba,
casi a un metro y medio.
-“Por favor no teman,
no voy
hacerles daño.”
Lucía respondió por parte de
los tres, como lo hizo durante todas las apariciones.
-“¿De dónde eres?”
-“Yo vengo del cielo.”
La Señora vestía con un manto
puramente blanco, con un borde de oro que caía hasta sus pies. En sus manos
llevaba las cuentas del rosario que parecían estrellas, con un crucifijo que
era la gema más radiante de todas. Quieta, Lucía no tenía miedo. La presencia
de la Señora le producía solo felicidad y un gozo confiado.
-“¿Qué quieres de mí?”
-“Quiero que regreses aquí los
días trece de cada mes durante los próximos seis meses a la misma hora. Luego
te diré quién soy, y qué es lo que más deseo. Y volveré aquí una séptima vez.”
-“¿Y yo iré al cielo?”
-“Sí, tu irás al cielo.”
-“¿Y Jacinta?”
-“Ella también irá.”
-“¿Y Francisco?”
-“Él también, pero primero debe rezar muchos Rosarios.”
La Señora miró a Francisco
con compasión por unos minutos, matizado con una pequeña tristeza. Lucía
después se acordó de algunos amigos que habían fallecido.
-“¿Y María Nieves está en el
cielo?
-“Si, ella está en el
cielo.”
-“¿Y Amelia?”
-“Ella está en el
purgatorio. Le ofrecerán a Dios y aceptará
todos los sufrimientos que Él les envíe, en reparación por todos los pecados
que le ofenden y por la conversión de los pecadores.”
-“Oh sí, lo haremos”
-“Tendrán que sufrir mucho,
pero la gracia de Dios estará con ustedes y les fortalecerá.”
Lucía relata que mientras la
Señora pronunciaba estas palabras, abría sus manos, y fuimos bañados por una
luz celestial que parecía venir directamente de sus manos. La realidad de esta
luz penetró nuestros corazones y nuestras almas, y sa-bíamos que de alguna
forma esta luz era Dios, y podíamos ver- nos abrazada por ella. Por un impulso
interior de gracia caímos de rodillas, repitiendo en nuestros corazones: “Oh
Santísima Trinidad, te adoramos. Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo
Sacramento”
Los niños permanecían de
rodillas en el torrente de esta luz maravillosa, hasta que la Señora habló de
nuevo, mencionando la guerra en Europa, de la que tenían poca o ninguna noción.
-“Recen el Rosario todos los
días, para traer la paz al mundo y el final de la guerra.”
Después de esto Ella comen-zó
a elevarse lentamente hacia el este, hasta que desapareció en la inmensa
distancia. La luz que la rodeaba parecía que se adentraba entre las estrellas,
es por eso que a veces decíamos que vimos a los cielos abrirse.
Han pasado cien años y todavía
no aprendemos a rezar el Rosario.
(Oscar Velit Bailetti 15-5-17))
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