Por: José A. Pérez Ríos
El único colegio en el que se impartía instrucción
secundarla para varones era el Colegio Pardo. Hasta 1934 se había mantenido por
algunos años el sistema mixto en el mencionado centro de estudios, pero a
partir de ese año las estudiantes que deseaban continuar secundaria debían
trasladarse a Ica o a Lima, con perjuicio de la economía de sus padres. Se
asegura que en este asunto tuvo mucho que ver un conocido político chinchano
que de esa manera favorecía a la propietaria de un colegio particular de
mujeres que abriría sus puertas dos años después, atrayendo numeroso alumnado.
El Colegio Pardo era, como hasta hoy, el Alma Mater de la juventud provinciana. Con excelentes profesores,
mobiliario extranjero, ambientes cómodos y espaciosos y equipos didácticos para
una buena enseñanza, el Pardo concentraba al ochenta por ciento de los jóvenes
con deseos de terminar su instrucción secundaria. En sus aulas palpitaba la
juventud de Chincha, recibiendo por igual unos y otros una educación que hoy envidiamos.
Al correr los años quedó demostrado que los pardinos de esos tiempos tuvieron la fortuna de contar con
profesores auténticos que, además de dictar clases, formaron y moldearon
espíritus y dieron a la provincia y al Perú muchos ciudadanos de reconocido valor.
La instrucción primaria estaba en manos de preceptores
y normalistas, egresados casi todos de las escuelas especializadas, cuando no
correctos ciudadanos que entrenados durante varias décadas en la enseñanza,
cumplían con eficiencia su labor de profesores. En el caso de la instrucción
primaria debemos anotar que existían varios colegios particulares dirigidos por
educadores calificados, y a ellos concurría en buen número alumnado de clase
media, hijos de familias con capacidad para pagar pensiones y trajes que no
eran comunes, más otras obligaciones transitorias.
El colegio Pardo era dirigido por el ingeniero Fausto
Santolalla, uno de los últimos directores sobresalientes que tuvo nuestra alma mater. Su figura y su estilo Inspiraban respeto. Estaba
casado con la doctora Irene Silva, educadora y sicóloga;
esto le daba al ingeniero Santolalla mayor prestancia
y a la Dirección del Pardo una aureola de estar manejada por gente de gran
idoneidad. Como en los
colegios europeos de esa época, en donde los
directores eran vistos solamente en muy especiales ocasiones, así el ingeniero
Santolalla -de pulcro atuendo, mirada huidiza y un natural refinamiento-,
regateaba su contacto con el alumnado, limitándose a eventuales presentaciones
en el palco del salón de actos en días de gran solemnidad. Gran parte del
tiempo la pasaba en el despacho de la Dirección concertando con el cuerpo
docente o planificando actividades.
No podemos olvidar a los señores que acompañaban al
ingeniero Santolalla en las labores docentes. El colegio Pardo tenía a Pablo
Tasayco, Julio Arboleda, Pedro Ronceros, Ernesto Velit Ruíz, Juan Avalos
Torres, Humberto Bonifacio, Felipe Ramírez y Luis Cánepa, como profesores
distinguidos, secundados por otros más jóvenes igualmente competentes. Nuestra alma mater era el foco cultural de la provincia; los alumnos
eran respetados y respetuosos. Para un hijo de casa pobre, estar en el Pardo
era como haber cruzado el Rubicón. La prestancia del colegio crecía, por otro
lado, en, la medida en que sus docentes participaban activamente' en la vida
intelectual de la provincia: Arboleda, profesor de literatura y filosofía, y
Carola Bermúdez, bibliotecaria, eran escritores, periodistas, conferenciantes y
luchadores sociales; cultivaban el ensayo y el verso y manejaban el idioma con
facilidad y elegancia.
Cuando pasados algunos años el ingeniero Santolalla
debió alejarse de la Dirección, el alumnado y la colectividad sintieron
profundamente su ausencia. Luego de un corto interregno llegó don Enrique Foley
Gambetta, muy joven aún y con otro estilo y una visión renovada de la docencia.
Don Enrique Foley, hombre de generaciones posteriores
a la del ingeniero Santolalla, más comunicativo, conocedor de la juventud y sus
inquietudes, observó el panorama como quien mira desde las tribunas un partido
de fútbol, y empezó a atacar. Las actuaciones dejaron el
carácter extremadamente formal de otros tiempos y
entraron a un período de flexibilidad. En un aniversario del colegio subió al
escenario uno de los hermanos Reyes Cabrera y bailó una agitada guaracha con una sim-pática alumna del colegio Sebastián
Barranca: las cosas ha-bían cambiado. Don Juan
Avalos, contemporáneo de don Fausto, amante del vals de opereta, la romanza
zarzuelera y los tangos y milongas de los años treinta, optó por ceder el piano
en muchas ocasiones a su hijo Manolo, que manejaba ritmos modernos, pegajosos y
en boga. Foley caminaba por los patios en horas de clases y auscultaba el
desarrollo de los dictados. Joven e inquieto, introdujo nuevas costumbres en la
vida escolar y enlazó el colegio con la colectividad, haciendo él mismo intensa
vida social y de comunicación. Observador
y sensible, captó muchas de las costumbres del hombre de! campo
chinchano, estampas y vivencias de los pobladores de Sunampe, Grocio Prado y la
zona de quebrada, que luego divulgó en poemas y narraciones al dejar el Pardo y fundar el colegio Simón Bolívar.
Hemos dicho que en los patios del colegio se confundía
la juventud chinchana. Los hijos de quienes tenían riquezas así como los de los
desposeídos, disfrutaban por igual y sin limitaciones de sus bondades y ventajas.
El colegio era estatal y la instrucción gratuita; queda así claro que quien nos
educaba era el estado peruano. A pesar de ello en las últimas décadas hemos descubierto
dolorosamente, que cuando en momentos de necesidad la Asociación de Exalumnos
Pardinos tocó las puertas de algunos que manejaban grandes negocios, para
efectuar pequeñas obras de restauración en las viejas estructuras, recibió de
ellos una respuesta fría e infraterna, expresando que no podían colaborar. Y
algunos de los que así contestaron eran hijos de extranjeros que disfrutaron de
la manga ancha del estado y de la hospitalidad de nuestro suelo. Renovamos por
eso, en nombre de los expardinos de
todas las épocas, nuestra gratitud a Joaquín Ormeño Cabrera por no haber negado
jamás su colaboración con el colegio donde se formó.
Continuará