Raúl
Sotelo
En
la última hoja de su diario con fecha 07 de Octubre de 1967, Ernesto “Che”
Guevara De la Serna, anotó entre otros datos “que se habían cumplido once meses
de iniciada la acción guerrillera en territorio boliviano sin ninguna
complicación”, pero no era así. Él interiormente trataba de infundirse valor
porque sabía que su acción armada al frente de 50 hombres ya derrotados física
y anímicamente en una desigual lucha contra todo un bien equipado regimiento
militar, era una causa perdida.
La
falta de armamento, de alimentos, de medicinas y de apoyo logístico de las
llamadas fuerzas revolucionarias de los países vecinos comprometidos en
derrocar al gobierno dictatorial del presidente boliviano René Barrientos,
fueron factores determinantes para la derrota final.
A
las 13 horas del 8 de octubre de ese año, Ernesto “Che” Guevara, con las dos
piernas casi inutilizadas que le impedían caminar, junto con un reducido número
de hombre a su mando, dos de ellos heridos de gravedad, protagonizó su último
combate en la estrecha quebrada del Yuro, rodeado de militares bolivianos.
Cuando su fusil M-2 quedó finalmente inutilizado, era la señal inequívoca que
todo había llegado a su fin.
En
la madrugada del 9 de octubre fue capturado, atado y agredido el más claro y
contundente líder revolucionario de América Latina. Un héroe entraba a la
antesala de la historia contemporánea.
Fue
conducido al local de una escuela rural ubicada en el pueblo de Higueras. Se
negó a cruzar palabras con sus captores, y uno de ellos, embriagado que intentó
vejarlo se ganó una sonora bofetada.
El
presidente Barrientos y la cúpula militar boliviana, desde la Paz, ordenaron el
asesinato del prisionero sin darle la oportunidad de ser llevado a un juicio
imparcial. El suboficial Mario Terán fue el señalado para que oficiara de
verdugo. Este cobarde se embriagó para cometer el asesinato y cuando estuvo frente a Ernesto “Che” Guevara
con el arma en la mano, no resistió la mirada penetrante del líder guerrillero,
vaciló un instante antes de apre tar el gatillo, y escuchó lo que ja- más
olvidaría en el resto de su vida “DISPARA, NO TENGAS MIEDO”.
Terán,
aturdido por estas palabras, retrocedió y se retiró, pero sus superiores que
tampoco tenían el valor de enfrentarse a Ernesto, le repitieron la orden, y el
oficial no tuvo otra alternativa que ultimar a balazos al que esperó su final
con la dignidad de todo un verdadero líder guerrillero. Había muerto un
auténtico hombre a manos de otro que a su lado sólo era un remedo de figura
humana. Un títere.
Se
pretendió así equivocadamente, con un torpe acto criminal, matar las ideas, las
convicciones, los altos propósitos, la justicia que anhelan los pueblos
subyugados por los poderosos. ¡No se puede apresar un espíritu revolucionario
que mira el futuro! ¿Cómo se pretende acallar una protesta, un ejemplo,
disparando balas, cuando después de esto vendrán muchos más sacrificios
revolucionarios?
Ernesto
“Che” Guevara ya lo había dicho “en una revolución se triunfa o se muere, si es
verdadera”. A un revolucionario es imposible disminuir, ni siquiera un ápice,
la certeza enraizada a golpes de ejemplos encarnados en él, de que el hombre
puede ser superior, que puede cambiar para bien y ennoblecer la sociedad en la
cual vive.
Solo
los timoratos y los mediocres se envalentonan cuando los cubre el manto de la
impunidad, y prefieren que nada cambie para que todo siga igual.
Como
presintiendo su final, “Che” Guevara lo dijo: “En cualquier lugar que nos
sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra
haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar
nuestras armas”.
Ernesto
fue hombre al que nunca le interesaron los cargos, mandos, ni honores, pero estaba
firmemente convencido de que en la lucha revolucionaria guerrillera,
fundamental forma de acción para la liberación de los pueblos en América
Latina, el mando militar y político de la guerrilla debía estar unificado y que
la lucha solo podría ser dirigida desde la guerrilla y no de cómodas y
burocráticas oficinas urbanas”.
Dentro
del grupo guerrillero que comandó “Che” Guevara, estuvieron los peruanos:
Restituto José Cabrera Flores (Negro), Lucio Edilberto Galván Hidalgo
(Eustaquio), y Juan Pablo Chang Navarro Lévano (Chino). De este último se ha
escrito que descendía de raíces chinchanas.
Si
hoy viviera Ernesto “Che” Guevara y tuviera frente a las autoridades de nuestra
provincia que con su inoperancia han dado las espaldas al pueblo, les gritaría
con voz de mando: “Actúen, no tengan miedo”.
¿Cuándo
aparecerá por estas tierras chinchanas un émulo del heroico guerrillero para
que acabe de una vez con los demonios que desde sus oficinas rodeados de
incapaces nos disparan ráfagas de desaciertos, robos y abusos?
Otrosí
digo: Ante el pueblo sólo hay dos caminos por seguir: en contra o a favor.
Al
ver una injusticia y no combatirla, es cometerla.
Al
morir tenemos dos alternativas: ser gusanos o semilla.
Resultado
de un viaje:
Cuanto
sufrir para conocerte.
Cuánto
dolor para conocerte.
Cuanto
amor para ser recuerdo.
Cuanto
adiós para no olvidarte