lunes, 28 de mayo de 2012


AMAR ES PERDONAR Y  LLEVAR EN EL ALMA
Querido/a Amigo/a: Junio, 2012
Desde España importante mensaje del P. César Maside Novoa
Una vez  una niña preguntó: Profe, ¿qué es el amor? La maestra sintió que merecía la pena darle una respuesta. Como ya iba a comenzar el recreo, pidió a los alumnos que dieran una vuelta por el patio y trajeran lo que más  despertara en ellos el sentimiento del amor. Buscaron… y  cuando volvieron fueron mostrando lo que habían traído. Se levantó un niño y dijo:
Yo traje esta flor. ¿No es hermosa? El segundo dijo: Yo traje esta mariposa. ¡Vea qué linda! Otro dijo: Yo traigo un pichoncito que se cayó del nido. Y así fueron presentando todos lo que habían traído.
Pero una niña no había traído nada. Y la maestra le preguntó: ¿Tú no has traído nada, verdad? La niña tímidamente le respondió: Disculpe. Yo ví la flor y sentí su perfume. Pensé cortarla, pero preferí dejarla para que siguiera perfumando el ambiente. Ví la mariposa, suave, llena de colores. Pero parecía feliz y no tuve el coraje de cogerla. Ví también  el  pichoncito caído entre la hierba. Pero al ver el nido noté la mirada triste de su madre y preferí devolverlo al nido. Por lo tanto, señorita, sólo traigo conmigo el perfume de la flor, la sensación de libertad de la mariposa y la gratitud que observé en los ojos de la mamá  del  pichoncito. Por eso no puedo mostrar lo que traje. La maestra le agradeció a la alumna su enseñanza y le dio la máxima nota, porque había sido la única que logró percibir que sólo podemos traer el amor en el corazón. Y es que el amor no es tomar, poseer, arrancar, forzar…Amar es llevar en el alma.
Algunos sienten la tentación de borrar del evangelio todo lo que nos habla del perdón a los enemigos. Les parece antihumano. ¿Perdonar yo a mis enemigos? ¿Rezar por los que me calumnian? No me rebajo yo tanto. A todos estos había que preguntarles: ¡Oye!, y ¿cuándo Dios un día y otro día te está perdonando las mil trapisondas que le haces, ¿también se rebaja? Cuando alguien te perdona de corazón una mala contestación, una conducta incorrecta con él, ¿crees sinceramente que al perdonarte, se está rebajando?  ¡Cuántas razones encontramos todos para no hacer lo que nos cuesta! Perdonar al enemigo, hacer el bien a quien nos hace el mal, bendecir a quien nos maldice… todo esto se nos hace tan raro que si no fuera por la seriedad con que lo dijo Jesús, estaríamos tentados a creer que era una  broma. Y, ¿sabes por qué  no acabamos de entender estas cosas? Porque somos lo que nos dice San Pablo: “hombres terrenos, que vivimos a ras de tierra”.
¡Es que si cumplo esas palabras me tendrán por tonto! ¿Quiénes? Los que padecen una verdadera miopía cristiana. Pero Dios no, Dios te tendrá por héroe. Y eso es lo que importa. No es fácil amar a los enemigos. Pero no es imposible. Si lo fuera  no nos lo mandaría Cristo. No podemos llamar a Dios Padre si no llamamos hermanos a todos los hombres. A través de la cruz entró en el mundo la capacidad infinita de la reconciliación. No sabemos qué cimas alcanzaríamos si nos fiáramos ciegamente del poder de Dios. La fuerza del odio es terrible, pero la fuerza del amor es todavía más poderosa. El que peca y ama, empata. Si el mandamiento del amor tuviera vigencia de hecho real entre los cristianos, no señalaríamos sólo a unos cuantos iconos de “bandera”  que sobresalen por su santidad y entrega. Sería algo cotidiano. Pero luego todo queda ahí, sin estimularnos, sin hacer nada por superarnos, sin imitarlos, de brazos cruzados.
El creyente de a pie conoce y padece esas pequeñas zancadillas de cada día: personas antipáticas, chismosas, con sus picotazos e ironías. Las hay quisquillosas, cuadriculadas, que siempre contradicen. Otras calculadoras, desleales, pelmazas, ingratas… Pero tenemos la obligación, hasta la exigencia evangélica de saber perdonar. Esa es la palabra. A nosotros que nos gustan tanto los premios, hasta ganar al “parchís”, nos dice Cristo que nuestra recompensa será grande en el cielo si  sabemos amar. Si quien da un vaso de agua, recibirá premio, ¿qué regalo dará el Señor a quienes hayan hecho algo tan difícil como amar a los que nos aborrecen? No te lamentes, actúa.
Amando a todos, seremos en verdad hijos de Dios, que hace salir el sol cada mañana sobre los que le alaban y sobre los que le ofenden. Si perdonamos y amamos nos parecemos a Dios. Cristo es nuestro modelo. Rogó por los que le estaban crucificando: “Padre, perdónales”… Estas palabras salidas del corazón de Cristo moribundo, ¿van a ser estériles en nosotros? Respondamos cada uno en el silencio de nuestro corazón. Pero, eso sí, con la medida con que midiéremos, seremos medidos.   ¿Por qué tenemos que amar a los enemigos? Porque Dios nos lo manda:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y los enemigos son también nuestro prójimo. No están excluidos del mandamiento del amor. Cristo nos lo advierte diciendo: “Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?” Porque Cristo nos promete mirar como hecho a él mismo todo lo que hagamos con el prójimo. Un médico católico fue agredido por un nativo en Rodesia. La patrulla que lo acompañaba  hirió al atacante. El doctor operó allí mismo al que  quiso asesinarlo y llegó a darle su propia sangre para salvar su vida.
El amor a Dios y al prójimo no son dos amores. Son como dos ramas que brotan del mismo amor. Se habla hoy de un cristianismo vertical y otro horizontal. El vertical es el que pone sus ojos en Dios solamente. El horizontal es el que ve a Dios en los hombres. ¿Cuál de los dos es el mejor? Es como preguntar a un agricultor, ¿qué  es lo mejor para la agricultura, el sol o el agua? Se necesitan los dos. Las personas nos buscamos complicaciones por no atenernos al evangelio. Dios y el prójimo merecen mi amor, los dos. El día que se sacrifique a uno se condena a muerte al otro.  Una vez le preguntaron a Jesús cual de los 613 mandamientos de los fariseos era el más importante. Y Jesús afirmó que el amor a Dios y que debe ser total: con alma, vida y corazón. Y  a continuación revalúa el amor al prójimo y lo sitúa a la altura del amor a nosotros  mismos. Los hombres somos hermanos, en todas las lenguas, tonos y latitudes. Y no podemos paralizar la mitad del corazón cerrándolo a Dios o a los hermanos.
Somos un cuerpo, nos dice san Pablo. Y los miembros de un mismo cuerpo se aman y se ayudan. Somos una fotografía viva de Dios. Y vive oculto, multicopiado, disfrazado en nuestro prójimo sea cual sea su lengua, color o grado de cultura. Pero, ¡oye! fuera de los amores familiares, ¿quién ama a los demás como se ama a sí mismo? Si el amor que cada uno tiene a sí mismo lo tuviera a su prójimo, si lo defendiéramos como nos defendemos a nosotros, si lucháramos por su vida como luchamos por la nuestra, si sintiéramos los problemas ajenos con la misma vivencia que los propios, este mundo,  tambaleante y sin amor, sería un paraíso, un hogar, feliz y fraterno. ¿Sabes?, ama a Dios y al prójimo. Este es el resumen del evangelio. Este es el cristianismo concentrado. Echemos a andar el amor y así aún será posible la alegría. Ama y sirve. Porque quien “no vive para servir, no sirve para vivir”. Si amas, has de encontrar tiempo para amar y demostrarlo con obras. No desprecies nunca ni a un solo corazón, porque ese es el de Dios. Tengamos más bien un corazón compasivo, leal y generoso, y habremos comenzado a ser cristianos de verdad. Un abrazo cordial y nuestra oración mutua. 
César Maside Nóvoa, C.M.

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